Ascensión al Castillo de La Atalaya



Accedemos al Barrio de la Concepción de Cartagena desde la RM-36, tomamos la Carretera de Mazarrón, entrando por las Calles Peroniño y Mayor al aparcamiento (37°36'10.54"N  1° 0'2.49"W).


Una puerta nos impide descender directamente a la Rambla de la Atalaya, rodeamos la Parroquia Nuestra Señora de la Concepción, 


para tomar el Sendero Pelayo o Senda de La Atalaya




que nos interna por el margen derecho de la rambla en zona selvática, donde las trepadoras han colonizado a las coníferas.



Dejando atrás algún pozo minero, una presilla torrentera y unas curiosas formaciones rocosas 









alcanzamos el Collado de La Atalaya; 


parte a nuestra derecha una traza senderil que asciende zigzagueante 


entorno a los delimitadores postes derribados en su mayor parte y que ahora nos sirven de guía en la ascensión al Castillo de La Atalaya a 242 msnm, edificado según parámetros del neoclasicismo ecléctico de la Escuela española afrancesada; 


su planta se constituye como un trapecio isósceles, con cinco baluartes por cada uno de sus vértices más otro añadido en la parte sur; rodeado por un foso con su correspondiente contraescarpa con cercado excepto en el sector que da a la ciudad;


 para entrar en el recinto amurallado es preciso saltar un muro de 1,5 m aproximadamente para acceder al foso; hay dos piedras en su base que ayudan, al igual que una flecha blanca indicando el paso.


La posición estratégica del monte de la Atalaya era conocida desde la Baja Edad Media, cuando el Concejo situó allí un puesto de vigilancia para alertar de posibles ataques piratas o aliados del Reino nazarí de Granada. La atalaya demostró su utilidad en 1561, desembarcaron en La Algameca 1800 soldados otomanos; Luis Fajardo de la Cueva, marqués de los Vélez, al mando de caballeros murcianos y levas cartageneras derrotó a los invasores en las proximidades de la rambla de Benipila.


Más tarde en 1706 durante la Guerra de Sucesión, la ciudad estaba ocupada por los ingleses en nombre del archiduque Carlos de Austria; como necesitaban asegurar la posición adquirida en el reino de Murcia, levantaron dos fuertes en dos puntos estratégicos; el castillo de la Atalaya y el castillo de San Julián, que defendería la bocana del puerto.


Las obras fueron terminadas en 1777, dirigidas por el ingeniero militar Pedro Martín-Paredes Cermeño, mejorando según plan, las estructuras militares en Cartagena en el reinado de Carlos III. El castillo contaba con 18 cañoneras y la posibilidad de instalar a barbeta otros cinco cañones y capacidad para albergar 200 hombres.


Durante la Revolución Cantonal adquirió su mayor protagonismo, los cantonales lo rebautizan como “El Castillo de la Muerte”, dada su importancia estratégica y su certera puntería.


Estallada la guerra civil española, la ciudad quedó en manos del bando republicano y el castillo fue utilizado por el Servicio de Información Militar, para albergar una checa que llevase a cabo duros interrogatorios; acabada la contienda, sus instalaciones acogieron parte del complejo concentracionario, que la represión franquista hizo funcionar en el año 1939.


El Ministerio del Ejército lo traspasó al de Hacienda en la década de 1960 y finalmente al Ayuntamiento de Cartagena, sin que se le haya dado ningún uso (aún con la declaración de Bien de Interés Cultural en 1997).


Rodeando la fortaleza compruebo que su única entrada en el bastión central de la parte sur, se encuentra semiderruida; no accedo entonces a la explanada de la primera planta donde vivía la guarnición, las almenas que protegían a los artilleros del fuego enemigo y un aljibe. Por último, una también extraviada escalera de caracol conducía a la azotea; 


iniciamos entonces el descenso por pista encementada (Camino de La Atalaya)


nos regala en sus múltiples curvas, 



diferentes vistas de Cartagena y su Puerto 



hasta poco antes de llegar a los coches.


 




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