Ermita de las Santas-Collado de las Víboras con niebla


Accedemos desde la A-330 Caravaca-La Puebla de Don Fadrique; en el primer cruce a la entrada de la población, tomamos por la derecha la A-317 dirección Collados de La Sagra;


en la siguiente bifurcación lo haremos a la izquierda (NE-46), 


finalmente, seguiremos una pista de buen firme por la izquierda a las Santas donde aparcaremos (37°57'44.23"N  2°31'5.06"W).




Partimos 16 Componentes del Grupo Caminando por La Vida, entre la espesa niebla a la cercana Ermita de las Santas Mártires del Monte,



dedicada a las Santas Alodía y Nunilón, desde 1603 ya se venera en La Sagra a las Santas por una cofradía existente en Huéscar que le rendía culto; 


fueron hermanas de la villa de Alquézar; aunque su padre era un Godo del Valle del Ebro, que se convirtió a la religión islámica para mantener sus propiedades; la madre las educó en la fe cristiana; 


a su fallecimiento, quedaron bajo la tutela de un pariente musulmán que las denunció por no renegar del cristianismo y de paso apropiarse de su patrimonio; en su segundo juicio fueron decapitadas y enterraron sus cuerpos en una tumba, 


de la que comenzó a emanar una luz especial, las autoridades musulmanas ordenaron arrojar sus cuerpos a un pozo, pero esa luz persistía y unos cristianos vieron los destellos luminosos donde fueron arrojadas las santas y les dieron sepultura. 


La esposa de Íñigo Arista, primer rey de Pamplona, mandó rescatar sus cuerpos y los trasladó al monasterio de Leyre; siglos más tarde, algunas de sus reliquias y la devoción a estas Santas serían traídas por gentes de Navarra a la Puebla.


Atajamos a la pista forestal desde el manantial;



tras pasar el Cortijo de La Torre, cambiamos de dirección ascendiendo por el PR-A 321, caminando por bosques de encina y algún alcornoque; en altura predominan los pinos laricios, con su máximo exponente en el bosque vertical, donde los hay centenarios;



otra muestra arborícola que encierra la Sierra de La Sagra, son las famosas Secuoyas que hay en la finca de la Losa, las especies "Sequoiadendron Giganteum" y "Sequoia Sempervirens",




aunque los paisanos de la zona las conocen como "Las mariantonias"; el grosor de estos  ejemplares llega a alcanzar los 8 m de perímetro, precisándose de hasta cinco personas con los brazos entrelazados para rodearlos;  fueron traídos desde California en 1839.



Llegados a la bifurcación, seguimos subiendo por la izquierda, el sendero es más agreste y salvaje, aunque también de mayor exigencia, de cualquier forma regresaremos por la pista. Nos llama la atención un pino añejo, sus incontables ramas acechan como tentáculos en la fantasmagórica neblina; no recibió muchos abrazos que digamos.




Alcanzamos el Collado de las Víboras (1860 m), donde tienen sus refugios estos ofidios, al igual que otras especies como el Buitre Leonado, Águila Perdicera, Gato Montés, Búho Real, etc.



El topónimo más seguro de Sagra es Zagra (frontera) y eso va a ser para nosotros; no se disipa la niebla y además está lloviznando;


 valorando riesgos, nuestro guía Manuel, con muy buen criterio, aconseja volver otro día, si queremos disfrutar de las vistas desde La Sagra (2.383 m), en el puesto nº 32 del ranking de los picos más altos de la Peninsula Ibérica,



punto más elevado de la Cordillera Subbética, tiene enclavada su mole en los términos municipales de Huéscar y la Puebla de Don Fadrique, su cima alberga fósiles de hace 25 millones de años, sobre todo conchas de animales marinos.


Iniciamos el descenso 


cruzándonos con un numeroso grupo de alumnos y sus dos profesores, cuya asignatura medioambiental, incluye este tipo de excursiones, aunque claramente no van preparados, los pocos años y la falta de experiencia, no les pesan como a la mayoría de nosotros. 


Hacemos una parada en el Refugio de La Sagra, 


acercándonos a su fuente; 


esta sierra es propensa a los manantiales por su naturaleza kárstica y la abundancia de lluvias,



su río más significativo es el Barbata -llamado Raigadas en su zona alta y río Huéscar a su paso por dicha localidad-, 


para muchos historiadores es el verdadero nacimiento del Guadalquivir; parte de su recorrido -hasta que es canalizado junto a la Piedra del Letrero- lo hemos hecho en bici.


Llegamos a la bifurcación de la ida, descendemos 100 m, torcemos a la izquierda por una traza senderil, que nos aboca a las ruinas de un caserón abandonado, 



con un estanque vallado, encinas monumentales y viejos almendros engalanados;






un lugar con encanto normalmente, ahora envuelto en la bruma, resulta mágico y misterioso; 



seguimos andando con la vista y los sentidos a puestos en derredor,



 

una compañera descubre la flor seca de la peonía,



que hasta hace bien poco no la relacionaba con la exótica flor cuando se halla en todo su esplendor.



Hacemos una parada junto a una solitaria encina centenaria al borde del camino, esta si recibe algunos abrazos.



Con la vista puesta en las choperas que rodean la ermita,



los almendros floridos



y las montañas circundantes; marchamos al Moral, para comer de maravilla en el restaurante del mismo nombre, pagando poco para una demasía de platos bien cocinados por la mujer de Salvador, desde ahora quedamos “amigos para siempre”,





aunque al “bocadillo de jamón con tomate restregao” no le ha hecho ni pizca de gracia volver entero a casa.



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