Señorío de Bértiz

Nos desplazamos al Valle de Bértiz, enmarcado en la Cuenca del Baztán-Bidasoa (Navarra), entramos al Señorío aparcando en zona habilitada al inicio del bosque atlántico de 2052 has,

 atravesado por bellas regatas como Ayansoro y Suspiro, contiene alisos (de madera clara, al cortarla se vuelve de color rojo-anaranjado y por eso en muchos países de Europa creían que este árbol estaba embrujado, como su madera es muy resistente en el agua, la utilizaban para realizar palafitos. Los cimientos de los edificios de Venecia son de esta madera; también hay robles y sobretodo hayas.

Encauzamos nuestros pasos hacia los postes de la entrada, enfrente vemos el Caserío Etxeberría, rehabilitado como Centro de Información y Acogida, adosado al mismo, dispone de un merendero con mesas, bancos y agua; 

dejamos a la izquierda del prado, el cedro monumental de la especie Cedrus libani A. Richard, con 31 m de altura y 5 m. de perímetro.

Tras ver los diferentes senderos que oferta el parque, 

vamos rodeando los muros que albergan el Jardín Histórico, 

con más de 100 años de antigüedad, está conformado por un bello entramado de caminos y senderos, rodeados por grandes y exóticos árboles de diversos tipos.

En la bifurcación, seguimos por la derecha extasiados con la grandeza y variedad de formas que vamos observando durante el paseo; vemos a pie de camino las semillas del Liquidambar Styraciflua, el árbol del ambar; 

pasamos por el Centro de interpretación y el palacete. 

Carlos III, por actuar en importante mediación con el fin de evitar la guerra, concedió el escudo de una lamia o sirena a Pedro Miguel Bértiz, original propietario del Señorío territorial o solariego. 

Las lamias en sus distintas formas han estado tradicionalmente ligadas a bosques y ríos, 

recorriendo sus aguas, cantando y peinándose con peine de oro,

 lo que al parecer infundía respeto y temor.

Por del corredor arbolado

 con mirabeles (una variedad de la ciruela, dulce, carnosa y refrescante)

 y fresillas salvajes 

aparece el Refugio Juvenil Casa Zabala, destinado a facilitar a grupos que lo soliciten, la realización de actividades de Educación Ambiental.

De vuelta a la pista principal, nos desviamos unos metros a la derecha, 

para ver una antigua calera

 inserta entre abetos europeos (Picea abies). 

Las caleras donde las piedras de yeso (aljez), asociadas a la caliza, se cocían en hornos creando óxido de calcio (cal), mediante la calcinación de la piedra caliza a 900 grados, se trituraba y transportaba para su venta.





De vuelta a la pista, dejamos a la izquierda una recreación que veremos al detalle cuando regresemos.

En la bifurcación pistera, seguimos por la izquierda paralelos al Arroyo Ayansoro, 

pasamos por una fuente

 y coincidiremos con tres de los senderos según rutas; 

dejamos la pista principal por la ruta Iturburua; 

cruzamos el puente sobre el Ayansoro

y ascendemos sendeando entre húmedos helechos

 y dispersas chorreras.

Bajo la sombra del tupido hayedo, transcurre plácidamente este relajado recorrido; la erosión provocada por un arroyuelo, 

las ramas y rocas forrados de musgo, 

la corteza estriada, hueca y reseca de un viejo tronco

 o las setas adheridas a los gigantes caídos, 

conforman un enclave privilegiado, ecosistema en proceso de transformación de la materia orgánica y del paisaje arborícola.

Entramos por un túnel a base de jóvenes castaños europeos con acebos, 

salimos en descenso a una zona de repoblación forestal, motivada por uno de los desastres que la Naturaleza tiene por costumbre realizar a base de lluvias torrenciales, tormentas, etc.;

 hay que tener presente que El Señorío continuó en manos de la antigua familia Bértiz hasta el siglo XIX, se sucedieron diversos propietarios como el marqués de Vessolla y los Oteiza, finalmente vendieron la finca al matrimonio Ciga-Fernández, quien gestionó la labor de conservación de la naturaleza propia del valle. Fruto de ese trabajo, podemos disfrutar de uno de los hayedos más espectaculares de toda la Península. En 1949. Don Pedro Ciga legó por testamento de puño y letra el Señorío a la Diputación Foral de Navarra, con la cláusula de conservarlo sin variar sus características naturales. Pasamos junto a un secadero de castañas; 

curiosamente, al tocar la superficie de las piedras del cercado, nos sorprende lo calientes que están; 

descendemos entre dedaleras

 al bosque de este tipo de castaño europeo; 

alcanzamos las ruinas de una chabola pastoril, 

con algunas explicaciones sobre el Kaiku, las partes de una chabola y la raza de oveja lacha navarra, cuya leche cruda se utiliza para elaborar queso idiazabal o roncal.

Llegamos al enlace con el track de la ida, donde se encuentra la réplica de la carbonera; 

para evitar talar árboles y obtener carbón vegetal se crearon los trasmochos; sistema consiste en podar las ramas a una altura de unos 3 m y utilizar su madera sin tener que matar al árbol.

Las especies más utilizadas eran el roble, la encina, el haya y el castaño; 

se cocían hasta unos 700º, pero en ausencia de oxígeno para que no ardan y se transformen en ceniza; el carbonero tiene que hacer unos agujeros lo suficientemente pequeños para que no arda, pero lo suficientemente grandes para que no se apague.

Durante el proceso de carbonización, la madera merma un 75% de su peso y el volumen también se ve afectado, la carbonera se va hundiendo poco a poco y hay que evitar que colapse porque entraría el oxígeno; para que se mantenga compacta, se golpeaba por la parte superior con un mazo, se habilitaba una escalera lateral para acceder mejor.

El trabajo del carbonero continúa entre 2 y 4 semanas dependiendo del tamaño de la carbonera, durante las cuales tendrá que estar vigilando todo el tiempo.

Cuando el humo cambia de color, es indicativo de que el proceso ha terminado.

Se deja enfriar todo varios días y después se quita la capa de tierra o musgo que hay por encima. Todo un arte.

Solo nos resta cubrir la escasa distancia por pista principal al aparcamiento.

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