Calares del Lanchar
Los cultivos de lavandas lucen coloristas en los campos de
secano, serán recolectados, procesados y transformados en colonias, geles,
esencias, aceites, medicamentos, etc.
Cruzando por la pista del cortijo,
comienza en progresivo ascenso
desde una zona poblada de sabinas; alcanzo el Collado de la Piedra del Viento donde aparecen las primeras encinas,
la pista termina en favor de una trocha de subida a un aprisco, siempre con la panorámica del Campo de San Juan.
A partir del aprisco hay que ascender duramente por un canchal; bajo los farallones rocosos,
veo una escalera que conduce solo a un abrigo rocoso;
tras otro ascenso con bloques de piedras a su final,
corono el Calar de la Cueva de la Capilla;
salto la alambrada del coto que cerca hasta el límite del cortado; continuo monte través hasta las instalaciones de telefonía
y seguidamente al vértice geodésico del Lanchar (1434 m) con magníficas vistas sobre las Sierras del Frontón y Los Álamos.
Cuando me dirijo hacia el Majal de la Cruz, dos veloces cabras montesas me salen al paso;
desciendo por el Rincón de Justo;
remonto desde un ramblizo a media ladera por una pista abandonada, la dejo por traza senderil al Calar de la Maza (1351 m),
la fotogénica morfología del terreno, con salientes rocosos abiertos a profundos barrancos, me tiene entretenido pero no distraído de tropezar en las abundantes rocas que cubren el suelo.
Penetro en el encinar del Calar de Sevilla,
sorteando obstáculos y rodeando una vaguada; sigo bordeando los cortados,
atento a iniciar el descenso por la Cuesta de la Escalera, un paso zigzagueante, conformado por rocas y lajas con abundante piedra suelta, que no representa gran dificultad.
Acabo junto a otro aprisco;
sin sendero definido, comienzo a descender
buscando una trocha que me lleve al final de una pista,
que para mí será el inicio de la vuelta;
paso por un collado (1216 m)
antes de conectar con la pista del Cortijo de la Fuentecica,
ubicado en un precioso enclave con estanque entre higueras, choperas
y encinas monumentales;
la pista asfaltada
resulta monótona hasta que se abre al valle de la Risca,
donde digo adiós a este paraje
encantador.
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