Ruta de Los Bandoleros Murcianos
Durante los siglos XVIII y XIX, proliferaron en la Región de Murcia, al igual que en toda España, los llamados bandoleros, hombres que morían antes de la treintena y casi siempre de forma violenta. Andalucía era la cuna del bandolerismo en España, destacando las figuras de José María “El Tempranillo”
y Francisco Jiménez Ledesma “Curro Jiménez”, personaje objeto de una serie de tv.
Las zonas del Valle de Ricote, Valle Perdido, Algezares, Sierras de la Pila, Carche, Miravete o Carrascoy, eran los escenarios elegidos por estos hombres para esconderse y vivir gracias a una orografía muy accidentada, campaban a sus anchas hasta que se creo por el Duque de Ahumada, la Guardia Civil para combatirlos.
El bandolerismo en los campos tuvo su auge durante el reinado de Fernando VII, a raíz de la Guerra de la Independencia, gozaron de cierto prestigio al ser los primeros en luchar, como el “Empecinado”, cuya leyenda de honor y lealtad a España fue legendaria.
Los bandoleros mas afamados de nuestra región fueron:
Jaime Alfonso “El Barbudo” (Crevillente y Murcia)
Pedro Abellán “El Peliciego” (Jumilla)
El Periago y la banda El Vivillo (Valle de Ricote)
Juan Manuel Noguera (Pliego)
Agustín Hilario (Torreaguera)
Juan Pelegrín “El Mozo” (Algezares)
Francisco Romero (Algezares)
Blas Infante (Javalí Viejo)
Agustín Peñas Buso (Campo de Cartagena)
Diego Muñoz “El Carreta” (Campo de Cartagena)
El Rojo de Totana (Totana)
Juan Rajas (Cieza)
Martín Piñero (Cieza)
María Encarnación Buitrago (Cieza)
Tras ellos se esconden truculentas historias de injusticias, asaltos, reyertas, robos, atracos, traiciones, engaños, ejecuciones, enfrentamientos con la justicia y muerte.
Como no puedo abarcar en un solo recorrido todos los lugares donde operaron, limitare la ruta a las zonas de huerta correspondientes a Torreagüera, Algezares, Javalí Viejo, Murcia y sus bandoleros, realizando una breve sinopsis del resto, excepto los 3 de Cieza que tendrán su ruta después.
Parto del barrio de Vistabella hacia el Auditorio,
para tomar el carril bici
y cruzar el primer puente hacia Rincón de Villanueva,
Los Cuatro Caminos
y Torreagüera, cuna de dos afamados bandoleros.
Hay que remontarse a 1818 para tener constancia oficial de Juan Pelegrín, el Mozo y su banda cuando asaltó a varios viajeros en la Rambla de los Serranos/Puerto del Garruchal; al parecer, Juan Tovar, mayordomo del marqués de Campillo, salió de Las Cañadas en compañía de Ginés Guillén, su hija, Diego Avilés y una vecina a lomos de burra. El cabeza de grupo dejó un momento escopeta a la mujer para encenderse un cigarro y, en ese preciso momento, se vieron rodeados por los bandoleros, les obligaron a tumbarse boca abajo, los maniataron y robaron cuantas pertenencias llevaban encima. Marcharon dejando a sus víctimas indefensas, sin embargo, fueron reconocidos, denunciados, perseguidos y finalmente apresados. A Juan Pelegrín, el Mozo se le encerró en las Reales Cárceles y su condena fue de seis años de presidio en Ceuta.
Se repetiría la historia, cuando discurría inquieto el año 1838 entre los caminos que unían la huerta murciana con Cartagena, porque otra banda de salteadores sembraba el terror entre los viajeros, la banda de Agustín Hilario, también natural de Torreagüera, secundado por Agustín Peñas Buso, Diego Muñoz Carreta y El Rojo de Totana.
Aunque no llego a ser un bandido salteador de caminos, hay que hacer mención a Antonete Gálvez natural de Torreagüera, lideró la sublevación cantonal para proclamar la I República Española; labrador, político y revolucionario español, condenado a muerte dos veces y exiliado en ambas ocasiones, regresó a su tierra un año después para luchar contra la epidemia de cólera que estaba asolando la región,
la Guardia Civil se presentó en el entierro de su esposa para detenerle, pero la aureola de héroe que Antonete despertaba en todo el pueblo, le procuró la libertad una vez más. En 1891, la justicia se pronunció, finalmente a su favor, quedando eximido de cargos y libre para regresar a su casa, siendo elegido concejal del Ayuntamiento de Murcia. Gálvez murió el 28 de diciembre de 1898; la iglesia le negó cualquier sacramento prohibiendo su entierro en suelo santo, tuvieron que transcurrir 50 años más, para que reposara en el cementerio de su pueblo natal junto a paisanos y familiares.
Cruzo Torreagüera por la Rambla del Puerto
a la Vía Verde de la Costera Sur
y el Reguerón;
salgo del mismo por el Carril González y Alquibla
hacia Algezares;
antiguamente lugar de yesos, comercio de arrieros y refugio de ermitaños, gracias a sus abundantes cavidades (la Santa Inquisición llamaba al lugar la “Villa de las Cuevas”); sobre el 1765, se hallaba ya en busca y captura el criminal jefe de banda Francisco Romero, autor de siete muertes, la última en la persona de un escribano real. Un año después, Romero y parte de su cuadrilla fueron detenidos en Torre Pacheco; estuvo preso hasta marzo de 1771, fecha de su ahorcamiento en Cartagena; su cabeza, exhibida en jaula de hierro en el centro de Algezares, portaba un letrero que rezaba así: “pena de la vida a quien la quite”; permaneció 40 días custodiada por soldados, hasta que fue trasladada al Camino de Los Lages, donde sirvió de escarmiento a futuros bandoleros; la mano derecha, en póstumo desagravio a sus victimas, se mandó al campo de Orihuela, escenario de su último asesinato.
Para llegarme a la zona de huerta, que no de montaña como el resto, donde ejerció el bandolerismo nuestro siguiente personaje; me desplazo hacia Santo Angel, tomo el carril bici de la Costera Sur,
parte del Camino de Salabosque,
la Ermita de Burgos,
estación intermodal de Alcantarilla, vía amable en Puebla de Soto y,
rodeando la Fábrica de la Pólvora,
alcanzo el Javalí Viejo
y la leyenda del bandolero Blas Infante; casado en 1825 con tan solo 17 años, vendedor ambulante y después empleado de la fábrica de la pólvora, su temperamento y los celos le jugaron una mala pasada, cuando sus compañeros de trabajo, por gastarle una broma maledicente, le achucharon contra el fraile del Monasterio de los Jerónimos, que mantenía amistad con su mujer; bien por que los hallara platicando o durmiendo la siesta, espero apostado al padre Selfa, obligándole a deshacerse del hábito y el crucifijo ( Blas era muy católico) para clavarle su cuchillo y escapar olvidándose de recuperarlo, como quiera que llevaba su iniciales en el puño, no tardo la guardia civil en intentar apresarlo; escondiéndose en la huerta eludía a la justicia, aunque fue detenido e ingresado en el penal de Cartagena, de donde se fugó.
Cuentan de él que traiciono a otros bandoleros, citándolos a cenar en una casa y dando parte previa y anónimamente a la guardia civil; entre los muertos fruto de aquel enfrentamiento, se encontraba El Cojo Amante, un peligroso delincuente, con muchas cuentas pendientes con la Justicia; en otra ocasión, mientras jugaba a las cartas en la casa del alcalde de La Ñora, salió un instante al retrete y, en apenas diez minutos, saltó varias tapias hasta la casa de una joven que lo había rechazado, tras asesinarla, volvió a seguir jugando como si nada hubiera pasado y cuando llegó la noticia del asesinato a la casa, el bandolero exclamó: ¡Menos mal que estaba con usted, señor alcalde, que, si no, me hubieran colgado también ese mochuelo!. Aunque su frase mas célebre la soltó al morir a bayonetazos: ¡Despacharse a vuestro gusto que otras veces me he despachado yo!, les dijo a sus verdugos, no sin antes, arrancar de un mordisco la falange del dedo de un guardia civil.
Continuo el periplo bandolero, perdón … rutero, de vuelta a Murcia por caminos y carriles huertanos
al Paseo del Malecón,
a su final, por carril bici
llego al ultimo escenario de la trama bandolera, la Plaza de Santo Domingo,
donde ahorcaron al mas famoso de todos: Jaime “El Barbudo”, agricultor, natural de Crevillente (Alicante); tras cometer un crimen tuvo que refugiarse en la provincia de Murcia huyendo del ejército; reunió un pequeño ejército con más de 100 hombres armados a caballo, que operaban por las desoladas Sierras del Carche y La Pila; según cuentan de él, obligaba a llevar un escapulario de la Virgen del Carmen a los miembros de su banda y en cada sitio que visitaban les hacia oír misa; además de ferviente católico, era absolutista seguidor de Fernando VII.
A cambio de ayudar al gobierno contra el invasor francés durante la Guerra de la Independencia en 1808, obtuvo la amnistía. Finalizada la contienda, la vida de agricultor no le satisfacía después del bagaje vivido y volvió a las andadas.
Combatió a los liberales colaborando con la sociedad secreta El Angel Exterminador y los 100 mil hijos de San Luis, buscando la restauración del absolutismo y hasta de la Santa Inquisición; le ofrecieron ser Gobernador Civil con Fernando VII, a cambio de deshacer su banda, venir a Murcia a caballo y desarmado para jurar el cargo, pero se echaron atrás apresándolo, enjuiciándolo y condenándolo a morir en la horca, patíbulo que se levantó en la Plaza de Santo Domingo. Su cuerpo, por orden del juez, fue descuartizado en 5 partes que frieron con aceite, para que no se pudriesen, y fuesen llevadas en jaulas a los lugares donde el Barbudo hubiese cometido los crímenes más importantes.
Cruzando por el centro murciano y usando el carril bici cuando podía, retorno a la salida.
Ahora un breve resumen sobre otros dos bandoleros de la lista:
En la Comarca del Valle de Ricote, municipio de Ulea, se corrió la voz que el bandolero El Periago, y la banda del Vivillo iban a atracar una venta; el dueño de la venta armó a cada uno de los sus huéspedes con puñal, navaja o espada; así que los bandoleros fueron los sorprendidos por los huéspedes, la banda del Vivillo tuvo entonces que marchar sin ningún botín; a la venta le quedó el nombre de “Venta Puñales”. El Periago terminó muriendo en una cueva en Molina de Segura.
En Pliego, Juan Manuel Noguera, se echó al monte porque, al parecer, mató a un hombre por una disputa política; constituyo una banda de cinco o seis bandidos y se vinieron desde Sierra Espuña. Como repartía entre los pobres lo que robaba a los mercaderes, que asaltaba en los caminos a lo Robin Hood, algunos le admiraban y otros le temían, pues mató a varios hombres, incluido a uno que lo suplantó en sus fechorías por los caminos por Moratalla.
Decían de él que tenía por herrero a un ciego, le hacía herrar a sus caballos con las herraduras al revés para, además de no ser reconocido, despistar a sus perseguidores. La mujer en cuya casa se refugiaba, muy celosa y enamorada de él, lo delató a la Guardia Civil cuando estaba pasando la noche en la Venta de los Royos con otra mujer; de resultas de la refriega, murieron tanto él como otros dos de su cuadrilla; desde entonces se canta una copla que dice: “En la Venta de Los Royos/ allí mataron a tres/al hijo de la Gañana/al Rizos y a Juan Manuel”; la mujer que lo delató, al ver las consecuencias de su felonía, se volvió loca y tuvieron que encerrarla en el manicomio de Murcia.
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