Pastrana monumental
Cruzamos el puente sobre el Arroyo del Valle
e iniciamos un ascenso desde el Spa Rural,
cortando la carretera y bordeando la Plaza de Toros;
bebemos de la fuente en la Calle del Pilar,
en cuya esquina, ya aparece el primero de los muchos blasones, que iremos encontrando a lo largo del recorrido por esta villa medieval.
Descendemos a las obras de la carretera y,
tras subir unos metros, torcemos a la izquierda pasando bajo el Arco de San Francisco;
una de los dos que quedan de los ocho que hubo; sus puertas de entrada al recinto amurallado, se cerraban por la noche, servían para recaudar impuestos, a los comerciantes que traspasaban esta frontera de protección y privilegios de la villa.
Torcemos por la Calle Palma
para encontrarnos con la Sinagoga Judía,
certificada por los detalles ornamentales de su fachada grabados sobre estuco y evidentes señales de mudejarismo con la estrella de David;
a su lado se halla la Casa del Caballero Calatravo;
cuando los judíos fueron expulsados por orden de los Reyes Católicos en 1492,
se expropiaron estas viviendas y como Pastrana seguía bajo la jurisdicción de la Orden Calatrava,
se cree que el gobernador aprovechó la ocasión, para venir a residir en esta antigua casona, destacable por el arco de medio punto y el escudo con la cruz de Calatrava de su fachada.
Por la izquierda, al final de la calle,
salimos a la Plaza de los Cuatro Caños,
antiguo centro de la villa donde estaba el Concejo, se hacía el mercado y celebraban las danzas del Corpus y corridas de toros en el siglo XVI. En la fuente el pilón es octogonal,
con pilar y capitel, que sustentan media esfera a modo de copa y, como diría Cela, “rematada por un peón de ajedrez”.
En la copa, donde nacen los cuatro caños,
se encuentran tallados cuatro mascarones, alineados con los cuatro puntos cardinales, representando las cuatro etapas del hombre.
Continuamos por la Calle Santa María, extrañados de no encontrar información sobre la casona del n.º 8,
ya que responde a la tipología arquitectónica de la zona;
giramos a la izquierda
pasando de la Placeta Altozano al barrio y Plaza de Abajo,
lugar de concentración del ganado y fuente dedicada a la Marina Española con un ancla sobre el pilón.
Seguimos por la Calle de las Monjas
donde se encuentra el Convento de San José,
alberga una reducida comunidad de monjas Concepcionistas Franciscanas; en sus inicios perteneció a la Reforma del Carmelo. Santa Teresa de Jesús fue llamada por los príncipes de Éboli a Pastrana junto con dos monjas para fundar el convento y en 1573,
con la repentina muerte de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, su viuda Ana de Mendoza, decidió ingresar en el convento, creando grandes conflictos con las monjas al saltarse la Regla Carmelita,
provocando que las trece religiosas que lo habitaban, en secreto y de noche, abandonaron el convento, dirigiéndose a Segovia por orden de Santa Teresa.
Tras los muros de un patio, observo una reliquia en modo de carro bajo techado;
cambiamos de dirección por la Calle Santa Teresa, desviándonos por una estrecha callejuela, a la izquierda de una imponente edificación;
callejeamos en busca de la Plaza del Ayuntamiento
y la Iglesia Colegiata
donde se encuentra el famoso Museo de los Tapices,
se encontraba cerrado según nos dijo el párroco poco antes de oficiar misa,
al que expresamos nuestra grata sorpresa, quedamos impresionados por la grandeza de su conjunto y los múltiples elementos religiosos, cuyo contenido nos desborda;
sin duda, una visita guiada solucionaría este problema, si se concierta junto con el fascinante Museo de los Tapices y el panteón de la familia ducal bajo el altar mayor.
Avanzamos por la Calle Mayor a la Pastelería Éboli, también cerrada, compramos enfrente los “dobladillos”o Farinosos, un dulce a base de aceite, azúcar, miel, harina y canela (quién guste de la “masa” no quedará defraudado).
Entramos en la Plaza de la Hora,
donde vemos la inmensa fachada con sillares de piedra de tono dorado del Palacio Ducal,
perteneció a los príncipes de Éboli, pero fue la abuela de la princesa de Éboli, quien encargó en 1542 su construcción al arquitecto Alonso de Covarrubias.
Éste diseñó un palacio con planta cuadrada y cuatro torres esquineras, un patio central, jardines laterales y traseros y frente al palacio una gran plaza de armas.
Años después se hizo un balcón para que los señores duques pudieran disfrutar de las corridas de toros del siglo XVII.
Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli, fue encarcelada en su palacio durante años por orden de Felipe II. La leyenda dice que, en los últimos dos años de su vida, permaneció confinada en su habitación y sólo le permitían asomarse una hora al día al balcón para tomar el sol.
Según reza en un mosaico bajo el arco de entrada a la plaza,
cuenta Camilo José Cela en su Viaje a la Alcarria: “A la mañana siguiente, cuando el viajero se asomó a la plaza de la Hora, la primera sensación que tuvo fue la de encontrarse en una ciudad medieval”.
Salimos de la plaza por la Calle Princesa de Éboli, para descender por el callejón de las 7 Chimeneas
al camino Melgar
de vuelta al aparcamiento.
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